Contra el complejo de superioridad científico

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Una de las primeras cosas que me preguntaron cuando dejé la investigación fue que por qué dejaba de ser científico. Existe una creencia, una superioridad moral e intelectual entre ciertas personas que trabajan en la investigación científica académica, que determina qué es ciencia de primera (la que se hace en academia) y qué es ciencia de segunda (la que se realiza en empresas o alejada de la bancada).

Para este tipo de personas solo es ciencia lo que se realiza en la bancada de un laboratorio de investigación académico. Obviando el trabajo que se hace en empresas, entidades regulatorias, profesores, escritores científicos e incluso divulgadores.

Existe, en mi opinión, determinadas actitudes soberbias por parte de científicos, divulgadores y educadores que provocan un efecto rebote en la sociedad, poniendo en duda el valor que la ciencia tiene en la misma. Algunas de estas actitudes son:

1. Solo es ciencia lo que hago yo

Ni que decir tiene que el marketing es, para estas personas, el mal encarnado, el enemigo absoluto de la ciencia. Aunque cada vez más empresas biotecnológicas, farmacéuticas, cosméticas y de nutrición cuenten con personal científico en sus departamentos de marketing para poder comunicar mejor las propiedades de sus productos. 

En ese sentido, he leído declaraciones sonrojantes de neurocientíficos, como yo, que denominaban a nuevas disciplinas como el neuromarketing: neurotontería, y todo porque o bien no han entendido lo que estudia el neuromarketing o solo se han quedado en que utiliza técnicas de neurociencias sin entrar a descifrar los procesos neuronales, sino sus consecuencias en el comportamiento del consumidor.

Otra de las frases recurrentes contra el marketing es que ciertos productos son "solo marketing" o que "utilizan el nombre de la ciencia". Obviando nuevamente que todo producto que llega a mercado debe pasar una serie de controles de eficacia y seguridad que requieren de estudios científicos, de ensayos de laboratorio que, si bien no van dirigidos a publicar un artículo, se centran en estudiar el producto en cuestión.

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También es cierto que algunos departamentos de marketing abusan de términos científicos para dotar de más prestigio a sus productos, pero por eso mismo cada vez más hay más científicos en los departamentos de marketing de las empresas.

2. Divulgación científica que no llega al público

No sé si durante la pandemia ha habido un boom de divulgadores en redes, o que la búsqueda de información sobre el nuevo coronavirus ha hecho que los algoritmos me recomienden sus publicaciones. El caso es que físicos, matemáticos, biólogos y médicos han puesto sus conocimientos para responder a las millones de preguntas que la sociedad tenía sobre la covid-19.

Es una labor destacable, pero en algunos de ellos he advertido un mal muy común en los científicos y del que yo misma estoy intentando librarme: El complejo de superioridad.

El complejo de superioridad no debe confundirse con el efecto Dunning-Kruger. En éste último los individuos menos capaces o con menos conocimientos creen estar más capacitados y tienen una mayor autoestima que las personas que tienen más conocimientos y están más preparados. Este no es el caso, puesto que la gran mayoría de divulgadores son personas preparadas y que se informan sobre el tema a tratar.

El problema es otro: el complejo de superioridad, acuñado por Alfred Adler, es cuando se desprecia al contrario por no entender lo que uno considera obvio o fácilmente entendible: las vacunas funcionan, la tierra no es plana, beber lejía es perjudicial para la salud. Cosas que una persona con una formación y conocimientos científicos consideran impensable, otras personas lo consideran cuestionable y despreciar sus argumentos e infantilizar sus acciones, no hace más que alejarnos de la posibilidad de educar y dialogar con movimientos que cada día ganan más adeptos gracias a su empatía y apelando a los sentimientos.

3. Ridiculizar al contrario: el ejemplo de los terraplanistas

En el documental "La tierra es plana" (2018) de Daniel J. Clark se sigue a diversos promotores de la teoría del terraplanismo. Tras la hora y media de documental, en el que se intercambian opiniones de terraplanistas con las de físicos, astrofísicos y otros científicos, llegamos a varias conclusiones interesantes.

La primera de ellas es que los terraplanistas son unos científicos en potencia. La mayoría de ellos busca información e incluso realiza sus propios experimentos para demostrar su teoría. Obviamente, también vemos grandes fallos del método científico, puesto que cuando los experimentos realizados no casan con su teoría, desechan los datos por erróneos. Es decir, en lugar de plantear una hipótesis y verificarla o refutarla con datos, buscan los datos que encajen en esas hipótesis.

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Aún así, son personas con una gran curiosidad e inquietud científica. ¿Por qué no aprovecharlo para tener conversaciones constructivas sobre los datos físicos, matemáticos y fotografías de la NASA que confirman que la tierra no es plana? En cambio, son ridiculizados en medios de comunicación y despreciados por la gran mayoría de la comunidad científica, lo que les cierra en su grupo y ven a los científicos como un enemigo.

Por otro lado, en el documental se muestra una de las grandes razones por las que las pseudociencias triunfan incluso en tiempos de pandemia: se apela a los sentimientos. Los terraplanistas son una comunidad, con sus diferencias, pero una comunidad en la que no se tilda a nadie de loco o estúpido. En cambio, si uno de ellos se presentara en una convención de física e intentara que le explicaran por qué la tierra es redonda, posiblemente sufriría el escarnio del público.

Con todo esto no estoy diciendo que no haya que rebatirles, todo lo contrario, pero siempre desde el respeto a la persona que tenemos delante y poniendo a la ciencia como lo que es: el medio que nos permite entender y comprender el mundo que nos rodea.

4. El error de infravalorar los movimientos de las pseudoterapias

Durante años hemos visto cómo los movimientos de las terapias alternativas iban ganando adeptos: desde la homeopatía hasta el MMS. En un post anterior expuse algunas de las razones por las que creo que estos movimientos han ido ganando gente a su causa, pero en esencia, son las mismas razones por las que hay personas que prefieren creer que la tierra es plana.

La diferencia con los terraplanistas es que estos movimientos son un peligro para la salud pública puesto que promueven terapias que pueden llegar a ser nocivas.

Aún así, son personas que prefieren creer antes lo que dice un video de YouTube que a un científico. 

¿Por qué?

Pues primero por el sentimiento de pertenencia: el ser humano necesita ser aceptado y vivir en comunidad. Si esta comunidad se burla de tus ideas, te ridiculiza y excluye, aunque sea inconscientemente, esta persona buscará un grupo en el que sentirse integrado, uno en el que no le juzguen por lo que sea o crea. 

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Este sentido de pertenencia se ve incrementado, en segundo lugar, por la idea de que el grupo posee información que el resto desconoce. En el caso de los antivacunas, el gran demonio son las empresas farmacéuticas que no quieren que el remedio de moda de la pseudoterapia se sepa, porque les haría perder millones. Lo que ignoran muchos de los seguidores de las pseudoterapias es que sus mismos promotores las comercializan, obteniendo el consecuente beneficio económico.

5. Cómo podemos mejorar la comunicación  científica

Como decía al principio, muchos de los divulgadores científicos no llegan a conectar con el público. Sea por la utilización de un lenguaje alejado de la sociedad, por soberbia intelectual o ridiculizar al contrario. Pero si algo me enseñan los movimientos negacionistas es que el error de base es de los científicos.

Según Dan M. Kahan, en un artículo en Science Mag: "Décadas de estudio muestran que las fuentes de controversia pública sobre la ciencia son numerosas y diversas. Sin embargo, hay un factor único que los conecta: el fracaso de las sociedades democráticas en utilizar el conocimiento científico para proteger el entorno de la comunicación científica de las influencias que impiden que los ciudadanos reconozcan la relevancia que la ciencia tiene para la toma de decisiones y que contribuye a su bienestar."

Es decir, que o empezamos a darle valor a la ciencia como sociedad, a comunicar sus resultados sin intentar evangelizar, ni imponer nuestras ideas, o nos alejaremos de lo que una sociedad moderna y democrática debería hacer: usar la ciencia para tomar mejores decisiones.

Al fin y al cabo se trata de convencer sin imponer, pues un diálogo o un debate no debería tener ni vencedores ni vencidos, si no ideas que contrastar y conclusiones a las que llegar.

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